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Boca campeón: un título épico, cargado de dramatismo, y una definición sin margen a especulaciones
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Boca campeón: un título épico, cargado de dramatismo, y una definición sin margen a especulaciones

Las suspicacias a otro lado. Que “River beneficiará a Racing”; que “Independiente ayudará a Boca”. Y la conclusión de hace días quedó en offside: “El Cilindro mirará de reojo a la Bombonera”. Fue una definición dramática, llena de especulaciones y que no tuvo nada de lo que se insinuaba. Boca es un justo campeón de la Liga Profesional, pero el final coincidió con su desempeño en el trayecto: jugó con fuego en su casa y esta vez se quemó, pero en Avellaneda apareció River con los matafuegos en forma de goles de Miguel Borja y el penal atajado por Franco Armani. Lo que importa: Boca es nuevamente el dueño del título local y sumó su estrella N°73.

De locos. Una definición a la que le sobró respeto y profesionalidad, los términos utilizados por Fernando Gago que, según su visión, serían faltados si los “jueces” de la historia perjudicaban a su clásico.

Porque en Avellaneda no se sacaban ventajas. Entonces, aquel televisor ajeno empezó a ser una obsesión para los plateístas. Se despreocuparon (parcialmente) cuando Sebastián Villa, ingresado en el descanso, remató seco el tiro libre que tuvo a los cuatro minutos y Milton Álvarez atinó sólo a ver cómo la red se inflaba. Fue su primer gol tras la rotura de menisco. Boca ganaba y se sentía más cerca, aunque la definición aumentaría su ritmo frenético a los diez con el gol de Racing. “Vamos, Xeneize, no podemos perder”, intentó avisar la gente.

Faltando diez minutos para el final, el pánico y el alivio, juntos. Los directivos del Rojo gritaron con fuerza el gol de Vallejo, el del 2-2 –definitivo- que a las tribunas boquenses les generó un nudo en la garganta y le llevó las manos a la cabeza. No obstante, la delegación roja ya era un aliado: miraron a la gente, señalaron la transmisión y levantaron los dos índices con sonrisas. Idioma fútbol: Miguel Borja había puesto el empate de River. “No se puede más, es una locura”, decía un hincha.

Y llegó el penal agónico para la Academia. Ante la repetición, un directivo y un hincha se miraron al mismo tiempo y juntaron de igual manera los dedos, haciendo montoncito: no había pasado nada, pero en los pies de Jonathan Galván estaba el título de Racing. Porque Boca, en cada parte del estadio, ya se sentía derrumbado.

Hasta que apareció el último actor: el delay. En otros sectores se enteraron antes de la atajada de Armani. Cuando se ratificó en la TV de la gente del Rojo, el festejo fue recíproco. Al igual que al momento del gol del triunfo de River. Todos felices: Boca levantaba el título e Independiente, serio y batallador, no vio a su clásico rival festejar.

Pitazo y la fiesta. Fuegos artificiales, juegos de luces, la estrella 73 sobre el campo, ovación a Riquelme y una nueva bandera sobre el campo: “Boca es grande por su gente”. Al tradicional “¡Dale, campeón!” se sumó la cargada: “¡Me parece que Racing no sale campeón… Sale Boca, sí, señor!”. Un título épico. Por el recorrido cambiante. Las internas. Las infinitas adversidades. La mística para ganar como fuere. Y la definición le dio un tinte bello. Boca campeón. Y merecido.


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